El presente artículo se propone generar una discusión en la que se replanteen nuevas formas de uso y consumo de la tecnología en el contexto pospandemia, y en el marco del Día Mundial de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (DMTSI), ponderando la relación con la naturaleza y el desarrollo humano.

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Cuando Francis Bacon describía las actividades de La Casa de Salomón, en su muy afamada novela La nueva Atlántida, la idea de que el futuro de la sociedad fuera de esa forma entusiasmaba en demasía. El relato de aquella utópica ciudad alentaba la esperanza de que la humanidad sería capaz de superar por sí misma, los males que le aquejaban en aquel entonces.

Bacon describía a Bensalem como una sociedad ideal en la que la ciencia era el fundamento del desarrollo social. En aquella ciudad los habitantes gozaban de una organización por demás eficaz, en donde el trabajo era fundamental y benéfico para todos en general. Tenían una esperanza de vida mayor a la que se aspiraba en aquel entonces y esto era posible porque habitaban un lugar en la cual las enfermedades habían sido derrotadas por los adelantos científicos y el dominio de la naturaleza, lo que traía consigo un perfecto orden social.

La novela de Bacon aparece en la época del humanismo renacentista en donde el desarrollo científico y el consecuente domino de la naturaleza se erigían como las metas de la humanidad, como las insignias de aquellos tiempos con las que se buscaba devolver el control del porvenir de la humanidad a sí misma, de ahí que el trabajo y el orden social fueran valores que se ponderaban por considerarse necesarios para lograr el cometido.

A partir de entonces, la humanidad intensificó el trabajo y la búsqueda de las soluciones para construir la sociedad que un día imagino Bacon. Es hasta ya entrado el siglo XVIII cuando el desarrollo tecnológico y científico fue la palanca y el punto de apoyo con los que se lograron adelantos que tan solo unos años atrás habrían parecido inimaginables. Los resultados se empezaron a obtener como en cascada, la utilización de nuevos combustibles, la puesta en marcha de las grandes industrias, los hallazgos médicos y el descubrimiento de nuevas medicinas, todo hacía creer que una nueva Bensalem era posible.

El dominio de la naturaleza era evidente sobre todo por la aplicación de los adelantos de la ciencia; el hombre había logrado ser el arquitecto de propio su destino y con ello logró crear formas de organización y producción que cubrían las necesidades de una población mundial que se multiplicaba a gran velocidad. La esperanza de vida incrementó debido a que muchas enfermedades fueron erradicadas y a que miles de personas lograron dejar la pobreza y la miseria en la que vivían.

Sin embargo, la experiencia no estuvo exenta de sinsabores. Infortunadamente, con el desarrollo exponencial de la ciencia y la tecnología y con ellas la de las industrias y los mercados también vinieron los excesos, apareció la explotación, se elevaron los índices de contaminación, sobrevinieron las guerras y muchas enfermedades surgieron a partir de las nuevas formas de vida y los hábitos de consumo de la humanidad.

De tal forma y suerte que lo que algún día se consideró un ideal, con el paso del tiempo se convirtió en una nueva calamidad para la humanidad; y no porque en sí misma representara un agravio, sino debido a que el hombre fue quien ocupó formas carentes de probidad con las que se envileció este desarrollo.

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En búsqueda de una nueva Bensalem

Una temática relevante para la época que nos toca vivir es la de replantearnos la relación que tiene el hombre con la ciencia, con la tecnología y sobre todo con la naturaleza. Una vez iniciada esta discusión será necesario redefinir lo humano en un contexto en el que la humanidad, parece no poder desligar su vida cotidiana del uso y consumo de la tecnología, no ya como herramienta en los procesos de producción, sino como una solución a casi cualquier tipo de actividad, al grado de que hoy tenemos ya entre nosotros a los denominados nativos digitales.

En este nuevo contexto valdría la pena preguntarse sí aún el hombre es el arquitecto de su propio destino o es que está determinado por tendencias que giran en torno a patrones de consumo y a formas de vida cotidiana y experiencias, que se desprenden del contacto y el uso constante de la tecnología. De tal suerte que hoy asistimos al primer momento en la historia de la humanidad en la que, por ejemplo, la tecnología a través de su uso y consumo pareciera estar incorporada a lo humano, es decir, formar parte del concepto o de la idea que hoy tenemos de la humanidad misma.

No se trata aquí de someter a un examen moral el uso y consumo de la tecnología, sino de proponer la reflexión en torno cómo puede abonar en un marco ético a la construcción de las sociedades posmodernas que al igual que sucedía en la época de Bacon, sufren de grandes calamidades como la desocupación, la marginación y más recientemente, los resultados de una pandemia mundial que evidenció cuan débiles y frágiles son las formas sociales y económicas, que, hasta antes de la crisis sanitaria, se consideraban eficaces.

Se trata entonces de emprender un ejercicio crítico y reflexivo, en el que se considere el futuro de una humanidad que no va a desprenderse de los adelantos tecnológicos, ni prescindirá de su uso, pero que es necesario que logre concientizarse acerca de que esta relación necesita privilegiar lo humano frente al consumismo o a la carrera salvaje por la dominación de los mercados. Mas aun, no debe quedar fuera de la reflexión la necesidad de considerar a la naturaleza como parte de la humanidad y no como un recurso que puede ser explotado sin más, aun cuando ya se avizoren nuevas problemáticas debido a los niveles de contaminación, al cambio climático y a la falta del agua.

En general, la relación del hombre con la ciencia y la tecnología ha traído buenos resultados en tanto se ha mantenido el equilibrio entre su uso y, por ejemplo, el impacto que este pueda tener en la naturaleza. Sin embargo, en la actualidad y en un contexto mundial dominado por el mercado, esta última como el propio humano, parecieran ser consumibles de una maquinaria tecnológica que no se detiene en la búsqueda incesante de generar ganancias.

De ahí que estos espacios sean necesarios para generar las discusiones pertinentes en vías de coadyuvar, desde la academia, a construir formas mas humanas de consumo y relación con la tecnología y la ciencia, sin olvidarse de la construcción de una sociedad más inclusiva en el sentido de que, el día de hoy, el acceso al uso y consumo de la tecnología es un diferenciador social que se consolida como una estructura y que en un futuro podrá derivar en una nueva división de clases sociales.

A este mundo le hace falta imaginar una nueva Bensalem, de ahí que el tema que nos compete como estudiantes y docentes es encontrar una nueva utopía, un faro de esperanza que guíe hacia formas más éticas de uso y consumo de la tecnología desde el proceso tecnológico y científico en sí, es decir, desde la programación de sistemas, la investigación de nuevas tecnologías, el desarrollo de aplicaciones y herramientas; actividades que de inmediato, deben considerar además de las soluciones a las necesidades de comunicación, de servicios, empresariales y productivas en general, la restitución del equilibrio con la naturaleza y la constante búsqueda del desarrollo humano como punto nodal de toda actividad.